jueves, 24 de octubre de 2013




Los libros son mis ojos mágicos

Manorama Jafa

Hace mucho tiempo, en la antigua India vivía un niño, Kapil. Le encantaba leer y también era muy curioso. Las preguntas se arremolinaban en su cabeza. ¿Por qué era redondo el sol y por qué cambiaba de forma la luna? ¿Por qué crecían tan altos los árboles? ¿Por qué no se caían las estrellas del cielo?
Kapil buscaba las respuestas en los libros de hojas de palmera escritos por venerables sabios. Y leía todo libro que encontraba.
Un día, Kapil estaba entretenido leyendo un libro.


 Su madre le entregó un paquete y le dijo: —Deja el libro y lleva esta comida a tu padre. Con seguridad tiene mucha hambre.
Kapil se puso de pie con el libro en la mano, tomó el paquete y salió de su casa. Siguió leyendo mientras caminaba por el áspero sendero accidentado del bosque. De pronto, tropezó con una piedra. Trastabilló y se cayó. Su pie comenzó a sangrar. Kapil se levantó y siguió leyendo con la mirada fija en el libro. Una vez más tropezó con una piedra y se dio de narices contra el suelo. En esta ocasión se lastimó mucho más, pero el texto escrito en la hoja de palmera le hizo olvidar su herida.
De pronto, un relámpago iluminó el bosque y se escuchó una risa melodiosa. Kapil miró hacia arriba. Una hermosa dama, vestida con un sari blanco y con la cabeza rodeada por un halo de luz, le sonrió. 
La dama estaba sentada sobre un elegante cisne blanco. Llevaba un rollo de pergamino luminoso en una mano y sostenía una quena (instrumento musical) en otras dos de sus manos. Extendió su cuarta mano hacia Kapil y le dijo: —Hijo mío, estoy impresionada por tu sed de conocimiento. Te concederé un don. Dime, ¿cuál es tu deseo más profundo?
Kapil parpadeó admirado. Saraswati, la Diosa del Conocimiento se encontraba frente a él. Con rapidez, el niño unió las manos, hizo una reverencia y musitó: —Oh Diosa, por favor concédeme un segundo par de ojos en los pies para que pueda leer mientras camino.
—Así sea —lo bendijo la Diosa. Tocó a Kapil en la cabeza y se esfumó entre las altas nubes.
Kapil miró hacia abajo. En sus pies pestañeaba un segundo par de ojos. Dio un salto de alegría. Luego corrió por el serpenteante sendero del bosque con la mirada fija en el libro mientras sus pies lo guiaban.
Su amor por la lectura permitió a Kapil crecer hasta transformarse en uno de los hombres más sabios de la India. Era famoso a lo largo y a lo ancho del país por su profunda sabiduría. También recibió otro nombre, Chakshupad, que en sánscrito significa "aquel que tiene ojos en los pies".
Saraswati es la diosa mitológica del aprendizaje, el conocimiento, la música y la elocuencia.
Esta antigua leyenda hindú narra la historia de un niño que descubrió que el conocimiento se adquiere a través de las palabras que los sabios escriben sobre hojas de palmera.
Los libros son nuestros ojos mágicos. Nos brindan conocimiento e información y nos guían por el difícil y accidentado sendero de la vida.
Traducción de la versión en inglés: Laura Canteros.

Biblioteca "Antonio Zinny" - Escuela Nº 22 D.E. 8º


jueves, 10 de octubre de 2013

LEER PARA CRECER



Una flor al día

Había una vez dos amigos que vivían en un palacio con sus familias, que trabajaban al servicio del rey. Uno de ellos conoció una niña que le gustó tanto que quería que pensó hacerle un regalo.
Un día, paseaba con su amigo por el salón principal y vió un gran jarrón con las flores más bonitas que pudiera imaginarse, y decidió coger una para regalársela a la niña, pensando que no se notaría. Lo mismo hizo al día siguiente, y al otro, y al otro... hasta que un día faltaron tantas flores que el rey se dió cuenta y se enfadó tanto que mandó llamar a todo el mundo.
Cuando estaban ante el rey, el niño pensaba que debía decir que había sido él, pero su amigo le decía que se callara, que el rey se enfadaría muchísimo con él.
Estaba muerto de miedo, pero cuando el rey llegó junto a él, decidió contárselo todo. En cuanto dijo que había sido él, el rey se puso rojo de cólera, pero al oír lo que había hecho con las flores, en su cara apareció una gran sonrisa, y dijo "no se me habría ocurrido un uso mejor para mis flores".
Y desde aquel día, el niño y el rey se hicieron muy amigos, y se acercaban juntos a tomar dos de aquellas maravillosas flores, una para la niña, y otra para la reina.